Mensaje a la Asamblea Mundial sobre «Los problemas del envejecimiento de la población» (Organizada por las Naciones Unidas y celebrada en Viena. julio 1982)
Los aspectos benéficos de la vejez existen también. Es el tiempo en el que los hombres y las mujeres pueden recoger la experiencia de toda su vida, hacer la separación entre lo accesorio y lo esencial, alcanzar un nivel de gran sabiduría y de profunda serenidad. Es la época en la que disponen de mucho tiempo, e incluso de todo su tiempo, para amar el entorno habitual u ocasional con un desinterés, una paciencia y una alegría discreta, de lo que tantos ancianos dan ejemplos admirables. Constituye también, para los creyentes, la feliz posibilidad de meditar sobre los esplendores de la fe y de orar más.
La fecundidad de estos valores y su supervivencia están unidos a dos condiciones inseparables. La primera requiere de las mismas personas ancianas que acepten profundamente su edad y estimen sus posibles recursos. La segunda condición concierne a la sociedad de hoy. Necesita hacerse capaz de reconocer los valores morales, afectivos, religiosos que habitan en el espíritu y en el corazón de los ancianos y necesita trabajar en favor de su inserción en nuestra civilización que sufre un desfase inquietante entre su nivel técnico y su nivel ético.
La ancianidad es algo venerable para la Iglesia y para la sociedad y merece el máximo respeto y estima. Ya el Antiguo Testamento nos enseña: «Álzate ante una cabeza blanca y honra la persona del anciano (Lev., 19, 32). «En los ancianos está el saber y en la longevidad la sensatez» Job, 12, 12). Por ello me inclino ante vosotros e invito a todos a manifestar siempre la reverencia afectuosa que merecen quienes nos han dado la vida y nos han precedido en la organización de la sociedad y en la edificación del presente. El severo mandamiento del Sinaí, «honra a tu padre y a tu madre», sigue en plena vigencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario